Transitar del pueblo a la ciudad era todo un acontecimiento. En mi pueblo, la carretera no estaba asfaltada.
Llegó a mi casa un artilugio llamado radio. Mi padre de regreso a casa, de África, compró ese maravilloso invento en Canarias. Una caja mágica, sorprendente, misteriosa. Música, noticias que no entendía, el consultorio de Elena Francis y Radio Pirenaica, que tampoco entendía que significaba. Mi madre no quería que escribiera Pirenaica porque era muy peligroso. Por llevarle la contraria escribía en la pizarra “radio pirenaica”; sacaba la zapatilla muy enfadada. Mis primeras escrituras fueron con pizarra y pizarrín. “Si se entera la guardia civil que escuchamos la Pirenaica, tendremos muchos problemas”, decía mamá, con gran preocupación.
Con seis años inicié la escuela. Era muy aplicado porque, a pesar de no saber leer, sabía el catecismo de pe a pa, de memoria. Conocer la “doctrina” te hace hombre de bien, escuchaba decir a los mayores. Ser hombre de bien, a mi corta edad, era la leche.
Tenía muchas contradicciones. Recuerdo el tañer diferente de las campanas de la iglesia, según el fallecido fuese mujer, hombre, niña / niño. Morían niños.
Los mayores preguntaban ¿de que murió? Si el finado era niña / niño, murió de tosferina. Si era hombre / mujer, fue dios nuestro señor, que se lo llevó a su seno.
Tenía ante mí dos entes monstruosos: La tosferina y dios. Era obligatorio rezar al ir a cama por imperativo materno. Me negué al rezo cargado de razón, porque en las oraciones aparecía reiteradamente dios. A dios y a la tosferina les tenia ojeriza, odio, pánico. Terror.
Mi madre, estaba tremendamente preocupada. Las fuerzas del mal y el demonio se habían apoderado de mí. El demonio y las profundidades del infierno también me tenían acojonado.
Un día exploté delante mi madre y varios vecinos. Dije: la tosferina y dios son unos cabrones, que matan a niños y mayores. Tuve que poner pies en polvorosa. Fue mi semana trágica, de dolores. Casi todos los vecinos, mi padre y mi hermano estaban al tanto de pecado mortal cometido, que me llevaría a lo más profundo del infierno. Me había metido en un problema del que no podía salir. Noches terribles con pesadillas. Atrapado en un laberinto terrorífico.
Tuve el correspondiente castigo, bien merecido y aceptado por mi parte. Y el mandato imperativo de casa: visitar a D. Paco (cura párroco) y contarle todos los pecados escupidos violentamente por mi boca. Estaba cagado de miedo; decir a la autoridad más importante del pueblo que Dios es un cabrón es un trago muy malo de pasar.
Susurrando, con medias palabras, decir sin querer decir lo de dios y enfatizando más en la tosferina. Fue la representación teatral más grande de mi vida. D. Paco era el único que podía implorar para que fuese perdonado. ¡Estaba en pecado mortal!
D. Paco me dijo: bueno, bueno, ya veo que eres algo granujilla. Hablaré con Dios para que te perdone. ¡que sea la última vez! Siiiiiiiiii D. Paco, exclamé con júbilo. Un representante de Dios en la tierra había liberado el dolor interior insoportable que corroía todo mi ser.
Mi hermano me regaló un transistor pequeño para llevar al internado de universidades laborales. El mensaje era: “estudiar mucho para ser un obrero especializado con el fin de servir a la patria, que era grande y libre”. Lo de la patria no me preocupada. Estudiar para no perder la condición de becario, era un motivo superlativo. Volver al inframundo del pueblo me ponía los pelos de punta.
En aquel transistor escuché por primera vez a Van Morrison. El león de Belfast, músico irlandés, cantante, compositor. Es uno de mis preferidos. El que más, Bob Dylan.
LISTEN TO THE LION es algo mágico, extraído del sexto álbum de Van Morrison en solitario en julio de 1972 (Saint Dominic´s Preview, Warner Bros). Esta versión más larga, de más diez minutos, se grabó en los estudios Columbia de San Francisco y en un principio estaba destinada a formar parte del álbum Tupelo Honey.
Johnny Rogan es un autor británico conocido por sus libros sobre cultura popular y música. Escribió la biografía de Van Morrison y refiriéndose a Listen To The Lion dice: "Durante los once minutos de viaje, él canta, grita, improvisa versos, los suprime y los omite, hasta que simbólicamente recrea el sonido de un desatado león dentro de sí mismo”.
Un fondo reservado que permanece en mi recuerdo. Merece la pena escuchar de cuando en cuando este tema mítico de Van Morrison.
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