El Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea
establece como objetivo primordial del Eurosistema mantener la estabilidad de
precios.
Este objetivo se refiere al nivel general de los
precios y consiste en evitar tanto una inflación como una deflación
prolongadas.
Los beneficios que se derivan de esta estabilidad son
amplios:
Mejora los criterios de decisión sobre inversión o
gasto de empresas y consumidores, al facilitarles el reconocimiento de las
variaciones de los precios relativos. Ello posibilita una asignación más
eficiente de los recursos y un incremento del potencial productivo de la
economía.
Reduce la prima de los tipos de interés que exigen los
inversores como compensación por los riesgos que conlleva mantener activos
nominales a largo plazo, a fin de proteger su capital de una inflación
imprevista. De este modo se aumentan los incentivos a la inversión.
Limita la probabilidad de que los individuos y las
empresas desvíen recursos que podrían dedicar a usos productivos para protegerse
frente a la inflación. En un entorno de altas tasas de inflación, se tiende a
acumular bienes reales, dado que estos conservan su valor mejor que el dinero o
que determinados activos financieros. Sin embargo esta es una decisión de
inversión eficiente y obstaculiza el crecimiento económico.
Elimina los costes económicos reales que se ocasionan
cuando la inflación agudiza el efecto distorsionador de los sistemas
impositivos y de seguridad social.
Mitiga el efecto que la inflación produce (actúa como
un impuesto) sobre las tenencias de efectivo, lo que reduce su demanda por
parte de los hogares y, en consecuencia, genera unos costes de transacción más
elevados.
Preserva la cohesión social y la estabilidad. Unas
tasas de inflación o de deflación elevadas suelen generar inestabilidad social
y política.
Fuente: Banco España
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