Déjame aspirar largo, largo rato, el olor de tus cabellos, hundir en ellos el rostro, como un hombre sediento en el agua de una fuente, y agitarlos con la mano cual pañuelo perfumado, para esparcir recuerdos en el aire. Charles Baudelaire, Un hemisferio en una cabellera
Si prescindiéramos de las imágenes y los sonidos, nuestros recuerdos serían una sucesión de olores percibidos desde la infancia. A partir de esta original propuesta, Claudel, ha reunido en Aromas, textos breves de momentos rescatados de su memoria por el poder evocativo de los aromas que los acompañaron. Evocar el pasado los sentimientos por el olor es fantástico, una historia de de sentimientos profundos y reflexivo evocados por este sentido. El olor.
Aromas de Philippe Claudel interesante propuesta: Abeto, Bodega, Canela, La casa de la infancia, Cementerio, Despertar, Habitación del Hotel, Jabón, Novias, Sexo femenino hasta 63 textos.
Sexo femenino
Claudel se confiesa devoto del mismo: “Los dedos y los labios que se acercan a soñar en el sexo de las mujeres conservan largo, largo rato el recuerdo de su aroma, como si éste no quisiera morir, igual que nosotros, que tampoco queremos, salvo quizás entre sus muslos, como en el más hermoso de los sueños”.
Habitación del hotel
“La habitación de hotel no tiene sexo. O, en todo caso, es hermafrodita (…) Es una puta que cierra los ojos y no besa. (…) se impregna de nuestros olores para engañarnos con mayor facilidad y luego se libra de ellos, como se libra de nosotros. Su verdadero olor es el de nuestra brevedad y nuestra inconsistencia”
Despertar
“Salgo de la noche con la sorpresa de seguir vivo. Con el paso de los años, empiezo a ver ese momento cotidiano como la renovación de una frágil prórroga. Temo que una noche se acabe y, al acostarme, apagar la luz y besar a la mujer a la que quiero, sea la última vez que haga esas cosas habituales. No es miedo a morir, sino más bien pánico a no vivir más, es decir, a emprender solo caminos desconocidos, ya sea el de la muerte, del que nada sabemos, pero que imagino como un callejón sobre cuyas dimensiones no podrán informarme ni mis inoperantes sentidos ni mi conciencia, irremisiblemente apagada; ya sea el de la vida, pero la vida sin la presencia de mi amada, que sería entonces una existencia cercenada, mutilada, sanguinolenta. Así que, cuando me despierto y poco a poco retomo mi lugar en el somnoliento mundo, en el corazón de la mañana y de la luz naciente, mis manos van como imantadas a acariciar el cuerpo que descansa junto al mío, mientras siento el calor y oigo la lenta respiración de ese cuerpo, que sigue sumido en el sueño sin sospechar que yo acabo de abandonarlo; me acurruco a su lado, piel contra piel, sumergiéndome en la tibieza nocturna de las sábanas y de la tela, más fina y liviana, del camisón que lo cubre, dejando a la vista hombros, brazos y el nacimiento del pecho, por el que mis dedos se deslizan para sentir la vida y los latidos de la sangre. Son instantes de la más pura intimidad, de un amor que no necesita palabras para expresarse. Los olores de los cuerpos de quienes se aman y han compartido las horas nocturnas, aunque separados por su solitario sueño, tienen mucho que ver con los que flotan en esos cuentos de hadas en los que una princesa encantada aguarda el beso de su príncipe para despertar. Lo que percibo es el calor de la vida en hibernación, restaurada por un descanso que ha relajado el cuerpo, que lo ha distendido como a una suave tela de seda liberada de un cajón. Antes de que mi amada abra los ojos, antes de que me vea y me sonría, lo que deseo abrazar oliendo su piel y su pelo es nuestra presencia común, que hace de ese despertar un nuevo comienzo de nuestro amor, el alba resucitada de una armonía duradera”.